«Así como hay temas que aclaman de antemano por el artista creador y existen materiales que se prestan singularmente a ser tallados por la mano artesana, nos encontramos en el campo de nuestra noble ciencia con casos que exaltan nuestro entusiasmo, porque parecen estar previamente confeccionados para sentar cátedra sobre genealogía. Tal es el de la estirpe de los nobili Paravicini.
No sólo el propio geneálogo profesional experimentará creciente y extraordinaria satisfacción al compenetrarse en la historia de esta familia y al estudiar su origen y su expansión. También quien —-allende propósitos profesionales y por mero amor a la genealogía—- dedique algunas horas libres a un estudio sobre el origen y la descendencia de este antiguo y rancio abolengo lombardo, sentirá crecer su gusto a medida del ritmo de su investigación, experimentando plenamente esta satisfacción que constituye, al encontrarse continuidad sin eslabones faltantes, el mejor premio a nuestra dedicación a la hermosa materia.
Difícilmente podríamos citar a otra estirpe que, partiendo del mismo genearca y perpetuándose por varonía, haya tenido tan clara continuidad documentable, tan vasta sucesión y tan amplia extensión por todo el globo, como los Paravicini, a lo cual cabe agregar el mérito especial de haber sabido conservar simultáneamente a través de los siglos posiciones social y económicamente casi siempre dignas de sus grandes antepasados.
Tanto más extraño es que hasta hoy día no haya aparecido ninguna obra que trate de esta estirpe. Y como el apellido Paravicini —- lejos de sernos extraño —- nos suena bien en la Argentina, por haberse radicado entre nosotros en el siglo XIX varios varones que entroncaron con familias descendientes de personajes de la colonia, confiamos en llenar un claro al dar este conciso informe sobre el origen común de los Paravicini argentinos.
Pudimos basarnos para esta recopilación en trabajos genealógicos efectuados prácticamente en el lapso entre las dos grandes conflagraciones mundiales por dos aficionados. Don Edmundo Julio von Paravicini (fallecido en 1937), proveniente de una rama austríaca y Don E.W. Croockewit, quien durante muchos años presidió la Cámara de Comercio de Rotterdam, descendiente por línea materna de una rama holandesa.
Ambos emprendieron su trabajo a instigación del Dr. Carl Rudolf Paravecini, entonces enviado de la Confederación Helvética ante la Corte de St. James. Reunieron un amplísimo material documentado que fue depositado en una Sección Especial titulada: Archivo Central Paravicini en el Archivo Cantonal de Basilea, Suiza. Terminada esa tarea básica, decidieron perpetuar su obra en ocho gruesos tomos de tamaño oficio escritos a máquina que contienen, aparte del material documental, los árboles genealógicos de todas las ramas, precedido de una narración de cuanto ocurriera a los Paravicini durante mas de un milenio. Esta parte narrativa proviene de la pluma de Edmundo Julio von Paravicini, quien también la adornó con fotografías y propios dibujos de los lugares donde residiera y de las armas que ostenta la familia mientras que el Señor Croockewit esbozó las tablas genealógicas y confeccionó extractos de los documentos pertinentes.
Para darse una idea de la importancia de este trabajo, basta saber que menciona casi ocho mil personas con el apellido Paravicini, sin contar a las otras muchas que lo adquirieron por matrimonio. Los propios autores reconocen sin embarque que su obra está lejos de estar lista para la imprenta. Y ante la improbabilidad de una pronta terminación y publicación que hiciera accesible su contenido al mundo genealógico, cabe adelantar un informe general sobre su contenido».
«Como genearca, a quien todos los Paravicini deben su apellido, tenemos que reconocer a un paladín de Carlomagno. Se trata de: BRASULFUS o también BARALLUS o BARUTUS dictus PARAVESINUS, personaje que habría pertenecido al séquito imperial durante la coronación del Emperador Romano por el Papa León III en el año 800.
A Brasulfus Paravesinus mencionan los pergaminos de su época como Comes Clavennae, es decir, el Conde de Chiavenna, pago y plaza fuerte que por su singular posición estratégica y económica domina varios importantes pasos sobre los Alpes.
Por rara coincidencia también los Pallavicini de tan excelente timbre y de tan gran fama en Parma y Génova, como luego en Alemania, Austria y Hungría, pretenden descender por su parte de otro paladín de los Carolingios, Otberto o Uberto Pallavecinus, quien igual como los del Este habría pertenecido por varonía a la estirpe de los Guelfos, a quien el Emperador habría investido con la comarca entre los Ríos Nure y Taro, al oeste de Parma, luego conocido como «Estado Pallavecino». No puede esperarse que será posible establecer una filiación genealógica entre los genearcas de ambas familias.
Pero cabe aquí la pregunta por el significado de estos nombres que simultáneamente aparecen en Lombardía y que a lo mejor tienen igual origen y significación, ya que la L y la R, fácilmente se transmudan o confunden. Basta pensar que las voces españolas «plaza» o «iglesia» se convierten en «praca» o «igreja» portuguesas.
Debemos descartar las interpretaciones de algunos estudiosos que relacionan el Cisne de las armas de los Paravicini con las últimas dos sílabas del nombre con la voz italiana «cigno». Más probable nos parece que las últimas sílabas representen simplemente la voz latina «vicinus» y entonces es fácil pensar que la primera parte significa el Palas, el palacio del monarca, así que un Palavicinus – Pallavicinus y eventualmente un Paravicinus equivaldría a un paladín o caballero perteneciente al séquito del rey o emperador.
Podemos seguir el hilo de la estirpe de Brasulfus Paravecinus hasta hoy día a través de 34 generaciones, aunque tengamos que considerar los datos suministrados sobre las primeras de ellas como un tanto influenciados por la leyenda.. Más legendaria aún nos parece una presunta descendencia de este genearca por varonía del rey Langobardo Arduino.
A Brasulfus siguen sus descendientes durante seis generaciones en el Condado de Chiavenna, pero a mediados del siglo XI se radicaron definitivamente en la comarca de Como, donde edificaron el castillo Paravicino. El nombre Paravesinus, pronto convertido en apellido, ha sufrido en el curso de los siglos múltiples modificaciones derivando ulteriormente en las formas: Paravexini, Peraveccio, Paravesini, Paravicini, Parravicini, Parravicino, y en las regiones orientales de Europa hasta en Pravozin y Pravotz. De que se pueden comprobar entre los descendientes de Brasulfo, también portadores del apellido Palavicini o Pallavicini, confirmaría nuestra tesis del significado común.
Los dos principales y aún hoy florecientes troncos de los Paravicini quedaron formados en el siglo XII por: GODOFREDO (nacido alrededor de 1120) y por STRATIA I.
La descendencia que parte de cada uno de estos troncos está ampliamente documentada en casi todas sus ramas. A pesar de no haber sido posible establecer en forma fidedigna el vínculo familiar entre ambos, existiendo varias teorías sobre la filiación correspondiente, no puede dudarse de su origen común.
Los GODOFREDI residían en el mismo castillo de Parravicino y en los castillos de Casiglio y Pomerio, todos ellos ubicados en la comarca que se extiende entre las ciudades de Como y Lecco y aún a principios de nuestro siglo residía un Godofredi, el conde Antonio Paravicini de Parravicino en el viejo burgo de Parravicino, cuyo nieto Antonio di Emiliano Conte e Nobile dei Signori di Parravicino (nacido en 1899) heredó título y propiedades y es considerado hoy día como jefe de esta rama.
Los STRATIA se desplazaron al valle superior del río Adda, al llamado Val Tellina o Valltelina, donde uno de los hijos de Stratia I, Domenico quien viéndose envuelto en la lucha secular entre Guelfos y Gibelinos, optó por alejarse de la región de Como y fundó en 1250 el pueblo Caspano. Su hijo Montanario nació ya en Caspano en 1259 y murió allí mismo en 1294.
Los dos hijos de Montanario,
ALBERTO, que vivió entre 1280 y 1344, y
BELLOMO, mencionado en documentos de los años 1321 y 1323, producen la división del tronco Stratia en dos ramas que llevan sus nombres hasta hoy día. Durante los siglos siguientes se fue dispersando la descendencia de estos dos varones a través de todo el valle del Adda. Consecutivamente adoptaron las distintas ramas nombres adicionales para diferenciarse entre sí, tales como: della Donna; di Gottardini; di Lunghi; di Vertemate; di Lozzi; di Cappeli; di Pestalozzi; etc.
Durante toda la Edad Media los Paravicini habían participado tradicionalmente en el desarrollo histórico y actuado en los acontecimientos políticos del Obispado de Como, y el Ducado de Milán. Así también la época de la Reforma, lejos de dejarlos indiferentes ni unidos ante los nuevos problemas, les causó serias divergencias que terminaron en cruentas y sangrientas luchas, muy en especial a las ramas que vivían en el Valtelina, de las cuales unas habían adoptado la nueva fe, mientras otras se lanzaron a la lucha en favor de la Iglesia Romana.
Veremos como esta lucha tenía que producir una gran fisura en la historia de los Paravicini, ya que después de aquellas terribles sangrías los miembros protestantes sobrevivientes se establecieron en países protestantes, donde su hoy todavía floreciente descendencia pronto adquiriera prestigio y renombre para este rancio apellido Lombardo.
El Valtelina, que junto con las comarcas de Chiavenna y Bormio formaba desde la Edad Media parte integrante de Lombardía y luego del Ducado de Milán, fue conquistado en 1512 por tropas del cantón suizo de los Grisones, a quienes Máximiliano Sforza, penúltimo Duque de Milán de esta estirpe, reconociera por tratado esta adjudicación territorial, de modo que toda esa región pasó de jure bajo soberanía helvética.
La proclamación del principio de libertad religiosa en la República de los tres Grisones facilitó considerablemente la infiltración de la Reforma al Valtelina desde el norte. Simultáneamente, el movimiento recibió aliento desde el sur, ya que el valle del Adda se convirtió en asilo para los predicadores protestantes oriundos de otras regiones italianas donde sufrían persecuciones. Era natural que no sólo por motivos religiosos, los grisones apoyaran abiertamente la tendencia protestante, sino también por razones nacionales, confiando en poder así vincular por los lazos de la fe a sus súbditos del Valtelina, quienes por carácter, costumbres e idioma tendían forzosamente más hacia Italia. En su resistencia contra tales esfuerzos, encontraba el clero católico a su vez el franco apoyo del obispo de Como, del Papa y más tarde también del Rey de España como Duque de Milán y hasta de los cantones suizos católicos. Por consiguiente se planteó desde mediados del siglo XVI en el valle del Adda una lucha siempre creciente entre las fuerzas de la Reforma y la Contrareforma.
Aunque la República Grisona pretendía garantizar absoluta paridad entre ambas confesiones, prohibió en 1558 el ingreso de novicios a los monasterios católicos, privando también a los predicadores y religiosos foráneos, especialmente a los jesuitas, del permiso de residencia, y en 1561 procedió a la abolición de la jurisdicción religiosa.
Roma y Milán, exigieron la inmediata derogación de todas esas medidas, pero los Grisones insistían en perpetuarlas de modo que la Reforma seguía cosechando éxitos considerables. Los contrincantes, sin embargo, no cesaban de luchar. Protestantes del Valtelina eran apresados al pasar la frontera y entregados a la Inquisición. Un colegio en Sondrio que la República había habilitado «para ambas confesiones» era difamado como centro de «herejía e inmoralidad». En abril de 1584 hasta fue incubada una revuelta; ante la estricta vigilancia de los Grisones, fracasó sin embargo una incursión armada al Valtelina que había sido preparada antes de su muerte por el célebre obispo de Milán, el luego canonizado San Carlos Boromeo, y que tratara capitanear un aventurero; los Grisones dictaron duras medidas punitivas, pero a su vez trasladaron en 1585 el colegio difamado a Chur.
Contra viento y marea mantuvo la República taciturnamente su política protestante, hasta que sobrevino la catástrofe, cuando la Guerra de los Treinta Años colocó al Valtelina en el propio centro de la política europea.
Las razones eran obvias. En este mismo valle se entrecruzaban los intereses de los bandos en pugna. Desde siempre habían rechazado los Grisones las distintas ofertas de alianza que Milán les formulara. Ni siquiera la existencia del fuerte Fuentes, levantado por los españoles frente a la salida del Valtelina, alteró en lo más mínimo su clara línea política y como todos los demás caminos por los Alpes conducían por territorio helvético propiamente dicho, y por otra parte también Venecia debía de temer una victoria de sus antiguos contrincantes, los Habsburgo y no podía conceder a las tropas imperiales paso libre por su territorio; era lógico que al estallar la guerra en el Reich en 1618, Austria y España se esforzaron por asegurar a sus ejércitos la vía más corta entre Milán y el Tirol, que conducía a través del valle del Adda, el cual tenía también para Venecia capital importancia para mantener enlace con sus simpatizantes en el norte y mantener divididas las huestes imperiales en dos partes.
Con el fin de apoderarse de valle tan importante, promovió la Casa de Austria, secundada entonces por la diplomacia francesa, un levantamiento contra el protestantismo del Valtelina, acción encomendada a los católicos locales, quienes ya venían esperando una buena oportunidad para vengarse de la opresión sufrida durante todo un siglo.